Teatro / "MALENA" (Teatro Machado)

15.07.2025

★★★★  

Créditos fotos: Lucrecia Fiorito y Damián Muñoz Barceló

Una mujer con una valija despierta una poderosa imagen en la cabeza de un inquieto creador teatral. No sabemos el destino de aquella mujer, pero su presencia evoca algo íntimo y brutal. Un eco que resuena en el cuerpo y en la memoria. Lo que sensorialmente provoca, lo que duele y calla, sin poder aun encontrarle nombre.

Influenciado por el cine de John Cassavetes, el prolífico director teatral, dramaturgo y actor Juan Washington Felice Astorga afronta aquí un desafío profundamente personal. "Malena" no es solo un personaje que da título a una obra: es una de muchas fisuras que desplegará en escena. Es el intento de nombrar lo innombrable desde el vértigo del presente. Entre risas, gritos, silencios y cuerpos que se quiebran y resisten, tras cada escena, gesto y latido. Lo que se construye sobre las tablas no es un relato cerrado, sino una experiencia viva y arriesgada. Desproporcionada, incómoda, sensible y necesaria. Una voz que no pide permiso para irrumpir.

¿Dónde está el sentido de lo que hacemos? Vivimos en un mundo que parece avanzar a ciegas, tachando pendientes y corriendo detrás del reloj, donde las acciones se repiten como rutinas sin alma. Donde la urgencia desplaza al deseo, y lo importante queda sepultado bajo lo urgente. Creemos crear, pero estamos atrapados. Porque sí: es muy difícil crear desde la ansiedad. El arte, como la vida, necesita espacio para respirar e inspirar. Tal vez por ello, elegimos el escenario como resistencia. Porque allí, entre luces y sombras, todo se vuelve posible. Incluso la paradoja: engañar es la mejor forma de decir la verdad. El teatro no miente: transforma. Y en esa transformación, cada personaje es espejo, cada palabra es eco. Y allí está Astorga, para contarnos una nueva historia, son su estilo inconfundible, sello del mejor teatro independiente.

"Malena" no busca respuestas, sino preguntas. Su protagonista, internada, no pretende ser consolada. Recuerda que aún en el caos, aún en el temblor, hay coraje. No está loca, solo barriendo los restos de lo que fue. No es una madre modelo. No cocina muffins, ni se acuerda de los actos escolares. A veces no se acuerda ni de sí misma. <<¿Por qué gritás, mamá?>>, dice Fiorella, su hija. <<Para no explotar por dentro>>, contesta Malena. Para luego ensayar más dardos al blanco: <<No me gusta más mi marido. Me doy asco. Odio a mis hijos. Pero igual los abrazo. Porque eso hacen las madres. ¿O no?>>. Aquí no hay golpes bajos: hay golpes reales. Palabras que cortan, sentencias que nadie se anima a pronunciar en la sobremesa.

Hoy Malena tiene rostro. Y en su mirada, tras los anteojos, asoma algo más que una historia. Hay decisiones tomadas al borde del abismo y de cara al suelo. Hay una mujer que no huye: se desplaza para romper la quietud. La vida pasa por encima y no avisa. Las curvas descendentes parecen haberla alcanzado: el cuerpo se afea y se avejenta, y en paralelo se deteriora el alma. Malena confronta la flaccidez de su realidad. ¿Dónde quedó aquella flor de la inocencia? Todos estamos un poco rotos y llevamos un dolor adentro, a veces difícil de identificar, de exorcizar.

Y así, en su fuga incontenible, Malena, también nombre de tango, verbaliza sentires que resuenan en cada espectador. <<Irse a tiempo para que algo cambie>>, no siempre trae consigo la fuerza suficiente. No siempre tiene la fuerza insuficiente. A veces, llora en silencio para no asustar. Hasta agotarse, y después apagarse. Malena no propone soluciones, sino espejos para madres imperfectas, pero reales. ¿Definitivamente, se puede vivir sin sexo? Una búsqueda constante para librarse del ruido ajeno. Del murmullo exterior, que, al callar en silencio, nos permite ver con mayor claridad. ¿Qué hacemos con el tiempo que nos ha sido dado en esta vida? Nuestro último minuto: ¿cómo elegiríamos pasarlo? ¿y con quién? El tiempo que transcurre y no vuelve, el aprovechado y el malgastado. Nada queda fuera de análisis.

En un papel a su medida, Malena De Arregui encuentra aquí lucimiento y protagonismo, en su tercera colaboración junto a Astorga (luego de "Yo me tengo que bañar y a nadie le importa" y "No me vuelvas a hablar de amor"). Su Malena en plena crisis existencial es monumental. Tal vez avizorando, sobre el horizonte, el fin de la inocencia. Próxima a convertirse en peligrosa, sabe que lo vivido ha sido mucho. Y puede que no haya sido todo.

Un total de trece actores en escena dan vida a diversos roles, de manera que la apuesta se conforme como ciudad en microescala. Junto a De Arregui, se lucen Roberto Burgener, Patricio Franchi, Magalí Iñigo, Ana María Villafañe, Franco Mastropietro, Angélica Montilla, Damián Muñoz Barceló, Marcelo Pañale, Andrea Saganías, Karla Sufi, Charly Vargas y Sophia Wiemer Llorensi.

La obra incomoda porque toca lo que se suele evitar. Porque recuerda que está bien no estar bien. Que eso también es maternar. ¿Alguna vez sentiste que se te cae todo por dentro… pero igual tenés que sonreír, caminar, hablar, seguir como si nada?, se pregunta Malena. Porque a veces el dolor no se nota. Y, aun así, resistimos. Esa grieta invisible se vuelve grito. Se vuelve cuerpo en escena…y el grito siempre es colectivo. En un mundo capitalista, apostar a formas de amor y vinculación por fuera de lo dictado por las ideas civilizadas es una elección política. Y el teatro de Astorga siempre lo es. ¿Quién debería curarnos y tratarnos? ¿Deberían hacerlo? "Malena" cuestiona el status quo y los estamentos de poder, esos que dominan al mundo hace siglos.

El juego actoral anima a empatizar, a ponerse en la piel del otro y así reconocer miserias, carencias, falencias, herencias. Con la cuota de absurdo, sarcasmo y desfachatez necesaria como para verbalizar aquello que no nos atreveríamos a decir o sentir: el deseo no consumado de un filicidio, un complejo de Edipo llevado hasta los límites más gráficos posibles. Con arrebato, este laberíntico ensayo teatral dinamita la institución de familia, y con ello los roles de madre y padre, entendidos a partir del deseo y la búsqueda en común de brindar cariño y cuidado a la propia descendencia.

Felice Astorga sigue buscando su sueño imposible sobre los escenarios y colándose por debajo de las ilusiones. Con su personalísima concepción del lenguaje teatral, se desliza por los márgenes, los bordes y las aberturas; no teme transitar caminos rocosos que inviten a la reflexión sobre la condición humana. Con una mirada social alerta y a la vez piadosa, se pronuncia con autoridad e inteligencia. El sexo, la religión, la psiquiatría y la familia como núcleo social se convierten en tópicos centrales de una obra que se extiende a lo largo de casi tres horas de duración.

El uso del espacio escénico y la escenografía conforman instrumentos esenciales de este ejercicio poético desencuadrado que no siempre hará caso a la rima. Entonces, preferirá ser una prosa contundente. Con funciones los días domingos en Teatro Machado, esta nueva creación del talentoso dramaturgo y director reafirma una vez más su valentía artística y su vocación por provocar y abrir interrogantes que no buscan respuestas inmediatas. Tampoco la sencilla consumición. Porque, al fin y al cabo, allí habita su teatro.