Películas / "FERRARI" (Michael Mann)
★ ★ ★
Michael Mann, realizador nacido en
Chicago y que acaba de cumplir 81 años, había estado fuera del radar,
prácticamente, durante la última década y media. El mundo cinematográfico había comenzado a
prestarle atención desde una de sus primeras obras policiales, género en el
cual se especializa: "Thiefs" (1981). A este ejemplar podemos sumar notables
aportes como "Fuego Contra Fuego" (1996), "Miami Vice" (2006) y "Enemigos
Públicos" (2009). En "Ferrari", concreta un proyecto demorado veinte años, y
regresa al terreno del biopic que previamente incursionara en "Alí" (2001). La
leyenda de esta clase de figuras se hace de verdades y mentiras, y el tiempo
cronológico nos retrotrae a 1947, cuando Enzo Ferrari funda "Construcciones
Ferrari". Durante la siguiente década –los albores de la Fórmula 1- erigirá su
imperio. Este tipo de retratos de vida nos recuerdan al de otras personalidades
foráneas (caso Fida Kahlo, con dirección de Julie Taymor, 2002), en referencia
a la decisión de rodar una ficción en un idioma ajeno al original (inglés),
pero, así y todo, incorporar tonadas y guiños idiomáticos autóctonos
(obviamente, del italiano). Francamente incomprensible, pero no podemos esperar
otra cosa afín a los requisitos industriales. Polémicas aparte, la mirada de
Mann traduce una intransigente y fría imagen de Il Commendatore, un hombre
determinado a ganar, obsesionado con la creación de la más veloz y eficaz de
sus criaturas. Aún con ciertas imprecisiones respecto a efemérides, el abordaje
indaga, en igual medida, en la vida personal y deportivo, y en medio de ello,
el retrato que se ofrece es dramático: el sexagenario magnate lleva una vida
paralela y tiene un hijo extramatrimonial, Piero. Su pareja –léase, su sociedad
financiera- tambalea y el dolor se enquista en lo profundo, tras la muerte de
su pequeño Dino. El calendario nos sitúa
en una época de sumo riesgo, dónde la tragedia ronda, implacable. La película,
adaptada por Troy Kennedy Martin del libro de Brock Yates, flaquea con dudosas
metáforas de índole mesiánica y se fortalece con logrados diálogos que sacan lo
mejor del duelo interpretativo: un irreconocible y atribulado Adam Driver y una
estupenda Penélope Cruz, para quienes la lente acaba siendo un auténtico imán.
Sin embargo, notable recreación de época y competencias aparte, el resultado
final peca de falta de ambición.